Por: John Alexander Díaz Ortegón
*Licenciado en educación, magister en educación, creativo literario, columnista y activista de derechos humanos.
Comprobado: la falta de los ajustes razonables sí sacan a las personas de sus trabajos. Quería tomarme el tiempo para reflexionar sobre ello, pero lo reconfirmo: _ prefieren trabajar por la población que con la población con discapacidad. Esos ajustes razonables que tanto colman y orientan los documentos administrativos, realizados por los técnicos de la inclusión, en la práctica, al solicitarlos y al tener que garantizarlos, efectivamente emergen en una zona de lucha, es quitarte el confort, es poner en riesgo, es la posibilidad de darle cumplimiento de manera diversificada a las acciones y a los productos y eso, no es que guste mucho.
Se vuelve una zona de tensión, en la que una de las partes solicita y la otra está en exigencia de garantizarlos, sin embargo, esa zona de tensión tiene sus variables, no es lo mismo solicitar un ajuste razonable a un par técnico, el cual se vuelve un favor, que solicitárselo al jefe o a quien evalúa los productos. Es una zona de tensión en la que la persona con discapacidad trabajadora identifica una crisis, crisis que bajo solicitud es exigencia y lo pone en un lugar de exigibilidad del derecho, o en una crisis de subordinación, en donde su producto tiene riesgo de diversificarse, es decir, de no cumplir con los parámetros normativos o la reglamentación o el direccionamiento exigido. Esto no es menor, en cuanto la evaluación debe modificarse, la actitud debe flexibilizarse para comprender al otro y sus resultados (empatía) o en comprensión.
Esto en general, determina una relación constantemente desigual en la que si la evaluación del producto final es reglamentado y normalizado, no hay cabida para la diversificación y el ajuste razonable termina siendo excusable.
¿Cómo darle a entender a tu jefe, a tu par técnico, que el ajuste razonable no es una cuestión de pereza? ¿No es una actitud de incumplimiento? no te posiciona como un impar técnico.
A todo ello se le suma, que muchas personas con discapacidad no exigen el ajuste razonable, no lo solicitan, y cuando lo solicitan, la actitud de subordinación no está en este caso en el otro sino en sí mismo, es decir, siente que si su producto se diversifica, ya no es un buen producto, ya no es el exigido, ya no es el establecido y normal, es un producto menor. Así lo juzgan y disponen todo para que el producto final esté más cercano a lo normal que a lo diversificado, es una negación del requerimiento, de la necesidad, de la particularidad, de lo garante, de lo diferencial, dignificable en la diferencia humana, en la diversidad.
Entre la población con discapacidad, hay una corriente actitudinal de inferiorización a quienes diversifican sus productos, sus entregables, a quienes modifican de acuerdo a su ajuste razonable sus requerimientos desde ideas normativas y directivas establecidas, exigen a sus pares con discapacidad estos productos-entregables, incluso sobre exponiendo sus límites, con miedo a un fracaso infundado por la normalidad. El verdugo de sí mismo establecido en el yo, la evaluación de la normalidad en el sí mismo y la exigencia bajo la masificación de la normalidad.
En esa relación actitudinal, recaen quienes desconocen las herramientas de asistencia, no cuentan con ellas o simplemente no existen para ellos. Ya sabrán entonces los calificativos que en esto les constituyen: pereza, poca exigencia, incompetencia, desconocimiento y hasta mediocridad. Rasgos de las tensiones del ajuste razonable.
Ahora… ¿qué tal si medimos la accesibilidad en sus fronteras, sus límites y sus tensiones?