Por: John Alexander Díaz Ortegón[1]
27 de octubre 2020
Ser normal.
Cuando decidí volver a ingresar a la educación formal teniendo ahora una discapacidad, tenía en mi cabeza la concepción coloquial de que la educación sería la oportunidad de salir de la zona de confort que me planteaba mi familia (buscando cuidarme) quedarme en la casa con mis necesidades básicas cubiertas, sin pasar por muchas dificultades por las que tienen que pasar otras personas con discapacidad en el país, las que luego comprendí que se denominaban barreras.
Era el año 2007, encontré en la institución educativa distrital José María Córdoba un espacio para formarme en conocimientos académicos que me permitieran poder desempeñarme “en igualdad de condiciones que las demás” (hoy me pregunto ¿igual a cuáles demás?). Luego de estar cinco años en tratamientos médicos, cirugías oculares, tratamientos de la medicina naturales -alternativos, -y mucho tiempo libre, que no tenía un sentido claro en qué debería utilizarlo porque según mi familia “un ciego no puede estudiar, trabajar, estar con una pareja…” actos institucionalizados que se reproducen y se vuelven una prioridad para “salir adelante”, pero con las que a su vez nos miden si somos capaces o no lo somos, logré entrar al colegio a estudiar en la nocturna.
En esta jornada no conté con docente de apoyo pedagógico como sí podían hacerlo los estudiantes de las jornadas del día, entonces debía hacer mis cosas como cualquiera de los otros estudiantes.
Entrar a estudiar en la nocturna trajo consigo tener que decidir cómo salir de mi casa en horas de la tarde para ingresar a la jornada a las seis y media de la tarde y salir a las diez de la noche. Es en este tiempo en el que mayoritariamente estudian personas adultas que trabajan en el día, o jóvenes que fueron expulsados de las jornadas del día por comportamiento o por extra edad o porque repetían muchas veces el mismo curso.
Yo era para ese momento una persona joven, con discapacidad visual, sin trabajo, con más de once cirugías oculares, con cinco años luego de haber pasado por el proceso de alfabetización en temas tiflológicos para personas ciegas y de baja visión del Centro de Rehabilitación para adultos ciegos CRAC, en el que recibí conocimientos en braille, ábaco, técnicas para realizar quehaceres de la cotidianidad en una casa, instrucciones y técnicas de movilidad para desplazarme y algunas orientaciones en actividades productivas que ellos decían me servirían para conseguir dinero. En algún momento de ese proceso me enrolé en la creación de una microempresa de productos de aseo hechos por personas con discapacidad visual, y aunque todo ese recorrido, seguía sin poder decidir en qué desarrollarme, en un espacio en el que fuera productivo, que me generara rentabilidad, en el que sintiera que estaba haciendo lo que me gusta.
Por el contrario en cada espacio de estos, terminaban siendo para mí paliativos que seguramente para otros pueden llegar a ser importantes pero que en términos del desarrollo que exige este tipo de sociedad, no me daba ningún progreso y más bien sentía que podía estar en riesgo de replicar los roles que siempre nos han prediseñado las sociedades para las personas con discapacidad: la mendicidad, la venta ambulante, el confinamiento, recibir subvención del estado con una cuota alimenticia de miseria, es decir, la vida improductiva y predestinada a la carencia.
Por esto ingresar a la educación con todos los esfuerzos que debía hacer, me permitía poder tener esperanza, creer que la educación me podía “abrir puertas”, que la educación me iba dar una posición social menos riesgosa que la improductividad sin solvencia económica.
Por esto último, me revelé ante la postura del cuidado de mis padres y un día les dije: voy a estudiar en la nocturna, me voy y me vengo solo, buscaré quien me ayude a hacer las tareas y cumplir con los requerimientos del colegio, y aunque su gesto de disgusto, pude ser estudiante.
La normalidad que conocía en los seres humanos de mi cultura transitaba en lo siguiente: crecer en el marco de una familia, no tener ninguna característica física que me pusiera en un lugar de desventaja ante los demás, estudiar cuando se es niño, trabajar cuando se es adulto, tener una pareja con quien ser feliz y reproducirse, conseguir un lugar a donde vivir con esa familia, solventarnos económicamente, desempeñarnos en lo que nos gustara hacer el “progreso”.
Sin embargo, en mi familia, eso de desempeñarse en lo que nos gustara, pasaba, por hacer para vivir en lo que podamos, luego ser solvente y quizá después hacer lo que nos guste. En mi familia muy pocos son bachilleres, ningún otro es profesional y menos cuentan con una maestría. Todos se desempeñan en actividades de lo que pueda hacerse y claro, en empresas donde les permitan trabajar. Otra cosa muy distinta es desempeñarse en aquello a lo que le coges gusto.
Así, en ese contexto, decidí ser ciego. Antes, había quedado ciego siendo niño por un accidente. Ahora, había decidido vivir con la condición de discapacidad con la que ahora contaba y debía aprender a vivir siendo ciego[2]. Claramente, en un contexto social donde la educación prioriza el sentido de la vista y el oído, en la que se aprende leyendo gráficos, viendo al tablero desde la distancia, escuchando a partir de referentes visuales que te van señalando, te muestran las vocales repitiendo en voz alta lo que vas viendo en el tablero, te enseñan matemáticas de ¿Cuánto da este con este? Y si le quitas este ¿ahora cuánto de da? Y hasta en los juegos de recreo: las cogidas, al que a la carrera llegue primero, a la golosa, al fútbol visual, al beso robado correteando, a basquetbol, a yermis, a no dejar caer la pelota… todos juegos normovisuales en los que un ciego no puede realizar eficientemente.
Reproducciones culturales con la que nuevas formas de juego no son posibles. Y si la educación debe ser mayoritariamente socialización ¿qué de quienes por sus barreras no podemos participar? Así, estuve mucho tiempo reproduciendo una vida normalizada teniendo ceguera la cual hoy luego de muchas reflexiones discuto: las personas con discapacidad debemos aprender algunas técnicas que nos permita competir de manera igualitaria con los demás. Nada más reglado y alejado de la diversidad que apuestas normalizadoras como estas. Normal, dirían mis compañeros de clase.
La discapacidad en la pandemia del Coronavirus.
Muchos años después, ya cuando dejé de ser estudiante y ahora ejerzo como docente, y luego de seguir una consigna de normalización que nos exigen a las personas con discapacidad: salir, dejar la casa para coger camino, nos encontramos con el confinamiento de nuevo. Ya no por ser personas con discapacidad, sino por la globalización de una enfermedad que amenaza a todos los seres humanos: el COVID19. Una especie de Coronavirus, cuyo primer contagio se dio en la república socialista de China, y que luego se reprodujo masivamente por todo el mundo.
Esta enfermedad trae consigo exigencias de confinamiento, de distanciamiento, de conversar menos con la palabra y más con gestos, miradas, deícticos, proxemias, quinesias. Lenguaje no verbal que para las personas ciegas no resulta tan útil.
Este confinamiento pudo demostrar que los seres humanos requerimos de la interacción cercana, de sentirnos, del compartir estando juntos, del entender que el otro está ahí, existe, está vivo y se manifiesta porque lo podemos sentir con nuestro tacto, con nuestro olfato, está a nuestro alcance para tocarlo dándonos la mano, un abrazo, escuchándonos sin la intervención de lo digitalizado, conociéndolo por los tonos de voz de una charla fase to fase; cosas que ya conocemos de antemano las personas con discapacidad visual pero que nos era impedido porque “los ciegos no deben estar tocando todo, no deben estar escuchando todo, no deben acercarse tanto a los demás”. Reglas que la normalización de los inclusólogo[3]s replican para volver sociables a los ciegos, pero que luego por una pandemia masivamente conocieron los demás.
Todos pensamos en medio del confinamiento, luego de muchos meses de estar encerrados que cuando nos volviéramos a encontrar seríamos mejores seres humanos. Estábamos necesitando de los otros y eso era un triunfo ante un sistema que replica la individualidad y la ley del más fuerte para “salir adelante”.
Todos debíamos regresar a nuestras casas, encerrarnos, evitando tener el menor contacto posible con los demás, proveernos para solventar las necesidades básicas y quitarnos de la cabeza que debíamos salir, ahora salir era un riesgo para cualquiera; “pero sobre todo para las personas con discapacidad porque tienen mayor contacto táctil con el ambiente, con su bastón que va por el suelo, se tocan más los ojos y la cara”, replicaban las entidades inclusólogas expertas en discapacidad[4].
Salir ya no era sentido de inclusión. Quedarse en casa como lo hacíamos en los tiempos en que la condición la entendíamos como un estar discapacitados, como una enfermedad, como una pérdida, como un carma, como un infortunio, como una venganza de los dioses. Volvíamos entonces a vivir el confinamiento; situación que ya conocíamos las personas con discapacidad de antemano, y en la que seguramente muchas personas con discapacidad seguirán viviendo así pase la pandemia.
Como en las historias mágicas de García Márquez, una pandemia demostró que la educación debía transformarse y que requería de múltiples maneras de representación, de motivación, de acción y expresión, con flexibilización, currículo abierto e inclusivo como plantea el diseño universal del aprendizaje.
¿Acaso la utopía podría ser posible? No por el momento. Solamente el planteamiento de entes territoriales de educación junto con el Ministerio de educación Nacional concluyó que la educación no debía parar y decretado por el presidente de la república llegamos hasta que los docentes debían implementar la educación en casa. Cada profesor con sus propios recursos: computador o celular, internet de wifi, sistema de office para creación de diapositivas, guías, cámaras de video, debían diseñar su clase y difundirla a sus estudiantes cada uno de ellos desde la conexión de sus casas.
Los estudiantes con discapacidad por su parte, mayoritariamente, no cuentan con estos recursos. Según las cifras sobre estudios poblacionales, las personas con discapacidad en Colombia viven bajo la línea de la pobreza, sus familias no cuentan con los recursos necesarios para suplir esta necesidad de conectividad, la población colombiana no cuenta con el conocimiento apropiado para manejar un ordenador, contar con uno de estos en su casa o tener conocimiento del manejo de las plataformas ZOOM, MEED, TEAMS o SKYPE las cuales eran utilizadas por los docentes para hacer sus clases.
Entonces a los estudiantes le enviaban un paquete de guías a sus casas y “junto con sus padres debían hacer los trabajos y tareas, aprender juntos, aprender por medio de los programas de radio y televisión que dispusieron las instituciones educativas. Falso. Por el contrario, las familias no sabían qué hacer con sus hijos ahora en casa, se disputaban entre estudiantes el único dispositivo que tenían para conectarse con la clase entre hermanos, se rebuscaban los mil pesos diarios para poder comprar un paquete de datos y saber cuál tarea les había enviado su profesor.
La pandemia demostró el nivel de desigualdad, empobrecimiento, necesidad que tiene Colombia por vivir la igualdad y la equidad de la misma manera todos como los demás dice la Constitución. Hoy todavía no conozco a esos demás. Al igual que ayer, conozco a los todos, a quienes viven en desigualdad, en inequidad, con falta de oportunidades, que carecen de conocer la verdad y la justicia, porque esta es la que se les imparte, pero no se reparte: la justicia ha sido ciega para la gran mayoría, ciega agnósica, no amaurósica como yo.
En el JOMACO aparte de aprender las áreas que me darían el conocimiento para enfrentar la vida con igualdad de oportunidades que las demás, conocí a un docente de lenguaje que me exigía leer textos en tinta en voz alta porque esa era la manera que él entendía debía leer, a un profesor de sociales que ponía en cuestión a las instituciones del estado en un sentido pedagógico para que pudiéramos tener una postura crítica, deconstruyéramos la normalidad social e institucional y cada noche en que me debía ir a pie hasta mi casa, me ofrecía su carro para acercarme a barrio Fátima, y el resto del camino debía recorrerlo a pie en medio de la noche; yo vivía en ese tiempo en La Alquería de la Fragua.
Así mismo conocí a un profesor que evaluaba sus exámenes a partir de un libro con respuestas que él solo conocía, y yo porque me lo prestaba para que pudiera adelantar los trabajos que no podía entregar ya que las exigencias eran visuales. Entonces con ellos conocí la desigualdad, la solidaridad y la competencia. Con ello la discriminación, un valor y una exigencia. Ya entre su carro escuchaba como conversaba con los otros profesores de política colombiana, de el deber ser de las instituciones del estado, del derecho constitucional de la ciudadanía y las exigibilidades a lo gubernamental. Aprendía más de camino a casa que en toda la jornada educativa y sin tener que exigir inclusión.
Las personas con discapacidad con autorreconocimiento para la autonomía y la independencia
La convención sobre los derechos de las personas con discapacidad del (2006) en su artículo 11 ratifica que los estados partes deben garantizar la seguridad y la protección de las personas con discapacidad en situaciones de riesgo, incluidas situaciones de conflicto armado, emergencias humanitarias y desastres naturales.
Esto quiere decir que de cualquier manera y bajo cualquier situación, las personas con discapacidad no deben perder los derechos y por lo tanto deben seguir garantizados por el estado. Aun así, el riesgo del confinamiento trajo consigo que muchas personas no pudieran salir a las calles a conseguir la solvencia económica para poder cubrir sus necesidades básicas, otros perdieron sus trabajos porque algunas empresas se vieron en riesgo de contagio (todavía se confunde discapacidad con enfermedad), la permanencia educativa de los estudiantes con discapacidad se puso en cuestión en cuanto las garantías que se habían ganado en lo presencial, pues todo debía replantearse para el paso a la virtualidad.
A nivel internacional, se planteó que, al faltar respiradores en los hospitales, las personas adultas mayor, las personas con discapacidad y quienes tuvieran una enfermedad alterna fueran desconectadas de los respiradores. Por el momento no se nos ha dicho la cifra de cuántas personas con discapacidad murieron en la pandemia del Coronavirus. No sabemos con claridad cuántas personas con discapacidad no regresaron a sus casas, no regresarán a sus trabajos, a sus aulas de clase, a exigir inclusión social.
Más de cuatro veces aparece en la Convención la palabra autonomía e independencia, orientando a los estados parte a la garantía de la población a tomar sus propias decisiones, a poder desplazarse por el territorio, a determinar lo que es mejor para sí misma, a no ser discriminado por ser autónomo e independiente[5].
La educación por su parte, debe promover en sus estudiantes estos derechos y brindarles las herramientas suficientes para que los puedan ejercer en el marco de la democracia, la vida social y como cualquier otro ciudadano colombiano, ejercer con esto su ciudadanía. Esto no es un echo menor en cuanto los ciudadanos colombianos con discapacidad todavía seguimos vistos de tercera categoría, como prescindentes, como un cuerpo enfermo.
Esto ha venido cambiando, aunque las cifras del Observatorio de discapacidad demuestren lo contrario. Igual, el censo poblacional de 2005 y el de 2018, siguen sin dar cifras reales de cuántos somos, cómo estamos viviendo, en qué condiciones nos encontramos y si los derechos económicos, sociales, culturales, políticos se están cumpliendo. Colombia no ha ratificado el Protocolo facultativo de la Convención. Es decir, ratificamos la Convención con la Ley 1346 de (2009) pero no le hacemos seguimiento para los informes sobre derechos de la ONU.
Pasa lo mismo con Marraquech. La lectura y el acceso a la información y a las comunicaciones es un derecho, sin embargo, Colombia no ha adelantado en casi nada este protocolo en el que la mayoría de países latinoamericanos se han adscrito. Esto posibilitaría tener un acceso digital de los libros que se encuentran en las bibliotecas, poder informarse por medio de otros formatos del avance de la ciencia, de la filosofía, de la economía, de la política, de para donde vamos como sociedad mundo.
Sin embargo, todavía esto se quedó en la discusión de la Ley Lleras del (2011) en la que se protege a las editoriales. De la misma manera constantemente se vuelve a tocar esa herida abierta que es la inversión anual que hace el Ministerio de las TIC con la Licencia país. Constantemente y en cuanto pueden, revisan las cifras y todavía no les cuadran las cuentas por qué deben invertir en un software que garantiza a las personas ciegas y de baja visión acceder a la lectura, a la información, a las comunicaciones, a establecer sociedad por medio de sus ordenadores.
Se hace prioritario establecer pronto el instrumental acceso a la información como derecho, para que la población pueda seguir desarrollando pensamiento, creatividad, investigación, emprendimiento y filosofía de vida. Es necesario pasar al acceso a la información para encontrarse con la verdad, la democracia y el sentido de CUIDADANÍA.
La discapacidad en el marco de la paz.
Me gradué con el mejor ICFES del JOMACO y de la localidad. Con este resultado pasé el año, entré a una universidad pública a estudiar licenciatura en educación, profundicé en las letras, el gusto por la literatura, la investigación y la vida social. Me auto reconocí como hombre ciego, como persona con discapacidad y esto me puso en el marco de la exigibilidad de mis derechos.
Este es el riesgo que corren los estados antidemocráticos en cuanto las personas logran auto reconocerse, formarse y comprenderse (como diría Aristóteles) como seres sociales y políticos. Junto con el Movimiento Social de Discapacidad Colombia MOSODIC, construimos la agenda nacional de paz que comprende los derechos, los deberes, las metodologías y la filosofía social y política para que las personas con discapacidad sean garantes de la paz que se viene definiendo en el país[6].
De igual manera, junto con otras organizaciones de personas con discapacidad que trabajan por la garantía de los derechos de personas con discapacidad, con altos niveles de cualificación, nos opusimos al uso mediático y a la discriminación pública y mediática de la Fundación Teletón, hemos dicho: #NOMÁsTeletón.
Así provocamos que desde hace más de un par de años no se trasmita más por televisión abierta. Hicimos que se nos tomara en cuenta como población en el Censo de 2018 ya que no estábamos como población incluidos. Junto con otras organizaciones logramos que en la alcaldía 2016-2019 no se definiera la Política Pública de Discapacidad para el Distrito por las irregularidades que venían con ella: se reformularía en tres meses, se planteó a espaldas de la población civil, se tenía más en cuenta a los cuidadores que a las mismas personas con discapacidad, todo ello teniendo problemas en el diagnóstico.
Esto mientras seguía entrenando jugadores para fútbol cinco de personas ciegas. Allí más que el deporte, se enseña autonomía, independencia, movilidad espacial, toma de decisiones, garantía de derechos, deberes ciudadanos e individuales, aseo, CUIDADANÍA, convivencia, trabajo social, exigibilidad, y fomento a la educación. Allí estuve por más de quince años como deportista activo: campeón como equipo Real Puente Aranda, campeón con selección Bogotá y llamado varias veces a integrar la selección Colombia de fútbol cinco[7].[8]
Me gradué de la licenciatura con postulación a trabajo de grado meritorio. Entré a la maestría en educación con énfasis en comunicación intercultural, etnoeducación y diversidad cultural, teniendo un muy buen promedio y graduado con tesis postulada a meritoria: de nuevo[9]. Hice investigación con el Proyecto Alter-Nativa y el Proyecto de investigación ACACIA de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas[10].
He contribuido como coinvestigador en varias investigaciones que tienen como objeto la discapacidad, he publicado algunos cuentos y poesías, y he podido ganar concursos literarios[11], todo lo anterior, en atención a las obligaciones generales, en los literales F y G de emprendimiento a la investigación y el artículo 24 de la Convención. [12]
El costo de la guerra en Colombia es desbordado, invierte al día 22.000 millones de pesos, lo equivalente al gasto de tres millones de familias en comida al día, según las cifras del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) y la Agencia de Comunicaciones para la Paz (Capaz); esto teniendo en cuenta que más del 70 por ciento de las familias pobres de Colombia viven con menos del salario mínimo vigente. Muchas de esas familias son de personas con discapacidad quienes podían recibir una renta básica para su manutención, matrícula cero para los jóvenes que ingresen a la educación superior y subsidiar a quienes pierden el empleo durante hechos fortuitos como por ejemplo una pandemia.
La población con discapacidad vive todavía bajo los niveles de la línea de pobreza, las garantías en sus derechos son las primeras que se ponen en riesgo cada que ocurre algo fortuito en los estados y todavía la educación, el trabajo, la salud, derechos básicos no están garantizados. La educación ha venido haciendo esfuerzos enormes desde los PMI (Planes de Mejoramiento Institucional) por adecuar las instalaciones de los colegios con acceso y accesibilidad, haciendo los ajustes razonables para reducir barreras arquitectónicas, comunicativas y actitudinales, viene promoviendo el PIAR como herramienta de seguimiento que mejoren la educación de cada estudiante, ha generado las políticas para garantizar una educación inclusiva, ha dispuesto de los profesionales docentes de apoyo pedagógico, intérpretes, mediadores, enfermeras, entre otros que buscan la garantía de la educación. También ha promovido la capacitación entre los docentes en DUA (Diseño Universal del aprendizaje) en construcción del PIAR, en capacitación en la diversidad en el aula, a dotado a los colegios de tecnologías asistivas para la población, claro está, de acuerdo al ente territorial, la voluntad del gobernante de turno, el conocimiento técnico pertinente de los profesionales que asesoran la entidad, de acuerdo a la voluntad de los docentes de área, de los directivos por promover la inclusión en sus IED, de los padres de familia o acudientes que encuentren en la educación una oportunidad para sus hijos, de acuerdo con el lugar que se les esté dando a los docentes de apoyo pedagógico, tiflólogos, educadores especiales entre otros, porque no es un secreto que la desigualdad docente es una constante en los IED nacionales, en cuanto el docente de apoyo pedagógico es muchas otras cosas antes que ser reconocido como docente que es pertinente, necesario, oportuno para la educación de las personas con discapacidad en las instituciones educativas.
Somos garantes de diversidad.
Aunque a la población con discapacidad todavía no se le tiene en cuenta en espacios de toma de decisión, de alto nivel administrativo, de creación como un referente de inclusión, sino que al contrario son muchas las personas que ocupan cargos pedagógicos, laborales, asesores, técnicos en temas de inclusión, tomando decisiones por la población, haciendo investigación con nosotros como objetos de estudio, generando contenidos académicos con abstracción de nuestros saberes poblacionales, sin darnos siquiera el crédito del privilegio epistemológico[13], en un saber del que somos sujetos de acción, creación, vivencia y cuidanza. Podemos ser gestores de paz y convivencia, porque llevamos sobre nuestros cuerpos las marcas que puede dejar la violencia y la guerra como un sentido de esperanza por la diversidad y la vida diferencial. Podemos ser creadores de realidades inimaginadas porque la falta de la vista abre la puerta a la imaginación, la utopía y distopías. Podemos ser el reflejo de poder alcanzar las estrellas teniendo inmovilidad corporal como lo demostró Hawking. Podemos conquistar el mundo con nuestro lenguaje proxémico y quinésico sin pronunciar una sola palabra como los sordos al narrar una historia. Ya hemos sido Borges, Milton, Joyce, Homero, Bocelli, Feliciano, Charles y Wonder.
Como colectivos sociales hemos aportado acciones desarrollando la multisensorialidad[14], promoviendo el aprecio por lo diversos que somos, vivimos, pensamos, nos exponemos, porque nuestros cuerpos, ojos, vista, psicología, cognición, amormadas, son la posibilidad viva de la libertad y la diversificación humana. Somos riqueza social, cultural, biológica, psicológica, que es transmisora de diferencia, multiplicidad, pluralidad, asemejanza: la población con discapacidad ha abierto junto con otras poblaciones la puerta de la inclusión social, la esperanza viene con ella y las formas diversas de vivir, pueden ser el camino de los derechos individuales, colectivos, las vivencias otras que, desde las acciones alternativas, vienen pidiendo vía. Ya los derechos nos dieron la salida, ahora no nos pidan que nos volvamos a confinar en silencio y sometidos.
[1] *Licenciado en educación, Magister en educación, creativo literario, columnista, activista sobre los derechos de las personas con discapacidad.
[2] Ser ciego no es cerrar los ojos: http://www.inci.gov.co/blog/ser-ciego-no-es-cerrar-los-ojos
[3] Inclusólogo (a) la escuché por primera vez en la investigación del trabajador social con discapacidad visual Ánderson Henao. Luego se volvió referente de conversa. Refiere a todos aquellos que trabajan en el marco de la inclusión.
[4] El INCI, la alcaldía y el gobierno nacional, refirieron que las personas con discapacidad eran más propensas al contagio. Situación que las personas con discapacidad asumimos como discriminación y claramente esto nos trajo algunos inconvenientes de segregación. Hay algunas denuncias públicas sobre esto. https://www.aa.com.tr/es/mundo/-c%c3%b3mo-ver-si-no-puedes-tocar-los-retos-de-la-poblaci%c3%b3n-con-discapacidad-visual-durante-la-pandemia/1970794
[5] Ver la investigación realizada Ante Todo mujeres de la comunicadora social Tatiana Yelena Rodríguez.
[6] Ver las reflexiones del profesional en literatura, activista y docente universitario Vicente Espitia Villa sobre el conflicto en Colombia, las víctimas y su relación con la discapacidad.
[7] Club Real Puente Aranda, una mirada etnográfica: https://www.youtube.com/watch?v=shulAK5Vrfw&feature=youtu.be
[8] Este concepto es utilizado por el profesor Vladimir Zavala en la asamblea MOSODIC (2016)
[9] Un maestro que le muestra el mundo: https://maguared.gov.co/un-maestro-que-les-muestra-el-mundo-a-los-ninos/
[10] Creación de un dispositivo tecnológico para población con discapacidad visual: https://www.youtube.com/watch?v=Eo11xH9p5js&feature=youtu.be
[11] La discapacidad en el comic: http://unradio.unal.edu.co/podcast/episodios/alteroteca.html
[12] JUEGO DE ROL EN LÍNEA PARA APOYAR EL PROCESO DE APRENDIZAJE DE LA POESÍA LÍRICA PARA UNA POBLACIÓN EN ESTADO DE LIMITACIÓN VISUAL (2016). Visualidades Otras En Medio: aportes desde la discapacidad visual y la audiodescripción (2017). ACOMPAÑAMIENTO ACADÉMICO BRINDADO A ESTUDIANTE DE MAESTRÍA CON DISCAPACIDAD VISUAL Y COMPILACIÓN BIBLIOGRÁFICA SOBRE LA ADMISIÓN DE PERSONAS DIVERSAS EN UNIVERSIDADES PÚBLICAS DE BOGOTÁ, PARA LA REFLEXIÓN DE UNA DOCENTE EN FORMACIÓN (2017). ACOMPAÑAMIENTO ACADÉMICO DADO A ESTUDIANTE DE POSTGRADO CON DISCAPACIDAD VISUAL (2017). ANTE TODO, MUJERES. IMAGINARIOS SOCIALES FRENTE A LA SEXUALIDAD Y EROTISMO DE MUJERES CON DISCAPACIDAD VISUAL Y SU RELACIÓN CON LA EXCLUSIÓN SOCIAL (2019). EL AUDIOLIBRO COMO AGENTE ATEMPORAL DINAMIZADOR DEL OCIO, LA LECTURA, LA CULTURA Y EL SUJETO HOMOGENIZADO (2019).
[13] Este término se lo escuché por primera vez a Lucía Lozada, trabajadora social, mujer ciega en conversas en torno a la inclusión social de las personas con discapacidad.
[14][14] Este término lo escuché por primera vez a José David Díaz, gestor cultural y activista por los derechos sociales, culturales y políticos de la población con discapacidad.