El Cholo Valderrama es toda una institución de la música llanera colombiana. En sus letras está representado el Casanare con sus inmensos pastizales y eternos atardeceres. Esta es su historia.
Por Jorge Duke Suárez
“Una vez llegó a un parrando, un viejito encotizao,
con sombrero pelo’e guama y el pantalón enrollao
parecía del Casanare por su estampa y su parao
cargaba chimó del bueno y hablaba medio golpeao”
Para definir a Wilson Orlando Valderrama basta con escuchar El Llanerazo, una de las canciones que mejor describe el trabajo del llano y la idiosincrasia de un casanareño. Es más, puede usted tenerla en su playlist favorita y con solo cerrar los ojos entrará a un mundo mágico en medio de atardeceres de ensueño y brisa veranera, con olor a bosta de ganado y mamona.
Quizá aún no tiene claro de quién trata este artículo, pero el nombre Cholo Valderrama puede ayudar. No es simplemente un campesino que madruga a las 3 de la mañana todos los días a arrear su ganado; se trata del primer cantante de música llanera colombiana que recibió un Grammy Latino. Sucedió en 2008, y aunque no es eso lo que ahora lo trasnocha, sí lo convirtió en el llanero más influyente del país.
Oírlo y verlo aupando ganado es un espectáculo. No tendría nada de extraño que la Unesco declarara patrimonio inmaterial de la humanidad los Cantos de Vaquería gracias a la tradición que no ha abandonado este hombre. Nacido en Sogamoso, desde hace 65 años cabalga las llanuras de San Luis de Palenque, Pore y Yopal en Casanare, lo que lo ha hecho un llanero recio como el bravío Orinoco.
Acompañarlo a montar su caballo e ir de arreo es recorrer sus casi 30 años de vida artística. El ganado conoce su voz, gruesa y entonada, la cual tecnificó en New Jersey, Estados Unidos, y la disfrutan a diario los pastizales del Casanare. Es como una poesía que se esparce en la sabana, moviliza toda especie animal y eriza a cualquier cristiano.
De hecho, aunque no lo parezca, al Cholo le gusta de vez en cuando la soledad. Se acompaña de su cuatro y, recostado en su chinchorro, le compone a la inmensidad de la llanura, al cielo rojizo y a los morichales.
En sus recuerdos está ese inolvidable 13 de agosto de 2014, cuando al lado de Fanny Lu, Andrea Echeverri, Maluma, Fonseca, su compositor Carlos Vives y 42.000 personas más cantaron La Tierra del Olvido en el Estadio El Campín de Bogotá. Cholo también se ha codeado con la Orquesta Filarmónica de Bogotá, y recientemente hizo un video para la marca Colombia, en el que suena su especie de tecno-joropo en el que invita a “Imaginar un lugar donde el verde profundo de las llanuras se combina con un cielo de mil colores, coronado por una luna roja, un lugar donde la naturaleza y la aventura vibran con la misma frecuencia”.
Nada de eso lo cambia, sigue amando el campo y no se ve en otro lugar que no sea en el apacible llano casanareño. Mucho se ha especulado sobre su retiro, pero su pueblo considera un despropósito que les abandone el viejito que recibió el Grammy encontizao, con sombrero pelo’e guama y el pantalón enrrollao.
La gente lo ama y, a pesar de que él les corresponde, a veces solo quiere estar en ‘Vida Tranquila’, su finca en Pore, Casanare, en un concierto privado para Milagros, Sordo, Corbatín, Leoncico y Rasputín, perros callejeros que él rescató y comparten vivienda con una gata embarazada y una becerra que quedó huérfana al nacer.